lunes, 20 de febrero de 2012

EL ÚLTIMO PELOTERO. Por Juan D. Pardo Valera


EL ÚLTIMO PELOTERO

                                                                       Por Juan Diego Pardo Valera

Esta es la historia de un fracaso, de una derrota personal y colectiva.
 Sí, porque yo fui el último “pelotero” de la Ermita de La Concepción.

           Cuando esta navidad, después de muchos años,  subí a la vieja cámara del cortijo familiar no esperaba encontrarme con aquel ataque a traición del pasado: mis queridos cencerros de pelotero de carnaval colgados en la caña de los embutidos junto a “las troces” del cereal. Mis olvidados cencerros de latón,  oxidados por el tiempo y con falta de cuidados, me miraban con desdén y me recriminaban su desamparo. Su visión me llevó en volandas por el tiempo, hacia aquella niñez y juventud de ilusiones sin fin y entrega total a hacerlas realidad.                                                                                                     
           Todos los años, después de los Reyes Magos, a mediados de enero, comenzaba el ritual de preparar todos los elementos de mi vestimenta de pelotero:


-La máscara, elaborada sobre la base de un trozo de cartón duro, con las mejores plumas rojas y negras recogidas del gallinero, piel de conejo y tiznajos de hollín de la vieja sartén.

-La camisa recompuesta de una saya de mi madre. Con cuanto cariño me la había ajustado a últimas horas de la noche, después de su dura jornada diaria.

-Las esparteñas que me estaba terminando mi tío-abuelo “el cura”.
Los cencerros del pelotero, su insignia.
-Y…los cencerros, la pieza fundamental que luego todos admirarían, me los había guardado me madre rellenos de periódicos y embadurnados en aceite desde el anterior carnaval; aquel año llevaría cuatro cencerros, dos hembras y dos machos (el principal un gran cencerro macho que me había regalado mi vecino el pastor). Y todos ensartados en una correa nueva que me había traído mi padre, el martes,  del mercado de Albox.

Cada año era más difícil juntar un grupo suficiente para salir el Domingo y Martes de Carnaval por las calles de la aldea abrazando a las mozas (y no tan mozas). Y eso que desde hacía varios años nos juntábamos con los muchachos de Palacés,  la aldea vecina, por amistad y para hacer más número, ser más temidos y pasárnoslo mejor. Aquel año de principios de los 70, me estaba costando convencerlos más de lo habitual para que se vistieran. A Andrés de María lo daba por perdido, a mi primo Juan y a mi gran amigo Jerris por muy dudosos… En cambio estaba convencido de que no me abandonarían ni mi hermano Diego, ni su grupo de amigos: Tomás “el poniente”, Juanillo de “la Luisa”, José “del espatarragao”… que junto con “el Quisco” y su gente de Palacés,  formaríamos la escuadra de Peloteros más feroces que nunca se hubiera visto. Eran semanas de charlas acaloradas, discusiones, ideas irrealizables, idas y venidas…

Quedamos para el ritual de vestirnos en casa de mi Tío José, que era bastante céntrica y desde siempre había sido un lugar de reunión por estar allí  la vieja tienda-bar de Beatriz “La Colorina”. Y en la habitación de los aperos de labranza fuimos descubriendo, uno a uno, nuestros secretos mejor guardados: las máscaras que habíamos confeccionado con tanto esmero… y, sobre todo, nuestros cencerros, de los que presumíamos de su tamaño, pero también de su limpieza y su sonar… y los tañíamos una y otra vez con el ritmo acompasado de nuestras caderas. ¡Qué disfrute más grande el concierto de todos los cencerros sonando a la vez!... Y qué terror el de las mozas que por el sonido adivinaban el importante número de peloteros que este año harían lo habido y por haber para abrazarlas una vez más. Nos íbamos calentando con algún trago de vino ya que la escasa camisa nos hacía tiritar de frío, y entonando nuestros gritos de guerra:  ¡¡¡Jo Jo Jo Jooo! Y de algún cortijo vecino nos llegaban los gritos provocadores de una moza bien escondida: ¡¡pelotero, pelotero… Aquí te espero, picando el mortero!!!
 
La transmisión de las tradiciones de padres a hijos es fundamental para su pervivencia.
Después salíamos a recorrer los caminos, no sin antes haber abrazado a mis tíos, vecinos y todos los que se habían acercado a felicitarnos por nuestra valentía… -¡¡con el frío que hace!!- nos decían. También nos alababan por nuestras ocurrencias con aquellas máscaras tan tenebrosas… Continuábamos con una batida por los caminos centrales de la aldea, intentando localizar dónde se escondían las jóvenes del lugar: nuestro objetivo fundamental.

 Aquel año se habían escondido especialmente bien, pues después de más de una hora aún no las habíamos localizado, ni  rastro  de ellas. Pero en aquella lucha simulada teníamos aliados, la mayoría de las veces las mismas mujeres mayores, que nos indicaban por dónde debíamos ir, hasta dar con las escondidas. Y cuando nos alejábamos del objetivo siempre había una voz:  - ¡Pelotero, pelotero!- que nos hacía volver sobre el camino correcto.

Aquel año era la casa de Miguel de Andrés el escondite. Intentamos entrar por todos los sitios posibles: por los corrales, por la puerta de atrás… todo inútil. Hicimos varias veces la estratagema del caballo de Troya (hacer como que abandonábamos para volver de improviso y sorprenderlas), pero eran muy inteligentes nuestra amigas, seguro que más que nosotros, y no caían en ninguna de nuestras trampas. Allí estaban Lola, Ana, Isabel, Paquita, María… hasta diez o doce mozas de distintas edades. Finalmente fue la señora María, la dueña de la casa, la que en un aparte me dijo:

“Están en la cámara, sólo se puede entrar por la ventana de arriba. Pero, Juanico, es peligroso. Si lo consigues os podéis llevar unas morcillas pero no rompáis nada...”

Aquella advertencia sobre lo peligroso de la subida me envalentonó todavía más. Reuní a mis fieles peloteros y estudiamos la situación. Coincidimos que era casi imposible subir a aquella ventana a cinco metros de altura. Pero abandonar sería lo último que se nos pasara por la cabeza; estaba en juego el honor del pelotero… y la solución estaba sólo a unos metros de distancia en el enorme “pitón de alzabara” que habíamos arrastrado desde más de dos kilómetros para demostrar nuestra fuerza y hombría. Lo pegamos a la pared y justo llegaba a la ventana sin rejas del pajar… Ahora la cuestión era saber quién subiría. Uno a uno fueron desertando todos y, claro, aunque no las tenía todas conmigo, tuve que asumir el reto de ascender por tan peligrosa e improvisada escalera. Las refugiadas se sentían tan seguras que alguna se atrevía, por las rendijas de la desvencijada ventana, a gritar provocadoramente: ¡pelotero, pelotero, aquí te espero picando el mortero!

Intenté subir varias veces con el fracaso más estrepitoso… hasta que cogiendo carrerilla y con un equilibrio sorprendente (hasta para mí), conseguí llegar a la ventana y de un fuerte empujón saltó el pestillo, dejando las hojas de la ventana abiertas de par en par. En el guirigay que se formó a continuación, alguna moza quedó sin abrazar. Pero  no me olvidé de mi promesa a la señora María ni a mis colegas peloteros. Bajé con rapidez las escaleras y abrí la puerta principal; entraron todos en tropel y los gritos y las risas inundaron toda la casa: Éramos los amigos y amigas de toda la vida cumpliendo con un rito ancestral.

La diversión, la alegría, la participación... es la esencia del carnaval de peloteros.
Después abandonamos la Ermita y por el Camino Lubrín fuimos al encuentro de las otras “collas” de peloteros o máscaras de camisa del Barrio y de Los Menas… Nos encontramos todos en el cruce de la veintiuna” y la competición de cencerros fue monumental y con sonido ensordecedor… Por más de diez minutos todos a una hicimos sonar nuestros cencerros al ritmo de nuestras poderosas caderas… y el sonar de cencerros inundó todo el valle del Almanzora. Después cada uno seguimos nuestro camino. Nosotros al Barrio y Santa Bárbara, luego a Los Menas y por Los Navarros (junto a la Cimbra) cogimos el camino de Palacés. Y después de haber abrazado a todas las mozas de Overa y a todo el que se puso por delante, de haber bebido mucho vino y cogido algunas morcillas y chorizos, de habernos reído y divertido como nunca nadie… volvíamos arrastrando los pies por el viejo molino de agua, prometiéndonos hacerla más grande el año que viene…

Pero no hubo “año que viene”, aquel fue el último año… Desde entonces no se han vuelto a escuchar cencerros en La Ermita de la Concepción en el Carnaval. Y sí, un silencio sepulcral. Las gentes vegetan en el interior de sus casas sin aliciente por asomarse a los caminos, sólo la rutina y la tristeza pueblan las calles de mi querida Ermita los días de Carnaval. Los peloteros se fueron como antes las mascaricas o los osos. No supe, y mira que lo intenté, inculcar a mi hijo esta tradición…es mi fracaso personal; la tele y las videoconsolas me derrotaron. Y cuando una tradición muere se va para siempre una parte de la historia y del “ser” de un pueblo; somos infinitamente más pobres y desamparados. Han pasado más de treinta años y he perdido toda esperanza…

-¿Papá que bien suenan, para qué son?

Ante esta pregunta de mi hija de cinco años, una fuerte intuición se despertó en mi corazón…Lo mismo no todo estuviera perdido, lo mismo en estos nuevos tiempos de igualdad y democracia sería una mujer la que devolviera la alegría al Carnaval de la Ermita…

-¿Sabes hija mía que en un tiempo lejano tu padre, y antes tu abuelo y tu bisabuelo salían por las calles vestidos de peloteros…? Y se sentían las personas más afortunadas del mundo…

-¿Y…Ahora, me puedo vestir yo?

-Pues claro mi pequeña… ¿Por qué no?                                    

                                              
                                                                           La Ermita de la Concepción, febrero de 2012.

* En memoria de mi madre que supo inculcarme el amor por nuestras tradiciones con el infinito cariño y entrega  que ella derrochaba con todos nosotros…
 
La puerta de la Ermita, lugar de reunión para los peloteros de La Concepción y Palacés.
 

martes, 7 de febrero de 2012

CARNAVAL DE OVERA: MASCARICAS DE CURUCURÚ. Por Ana Mª García Díaz

Mascaricas de Curucurú. Carnaval de Overa (Almería)

Moderno o antiguo, austero o esplendoroso, más o menos sensual, más o menos multitudinario. ¡Así son los carnavales en Overa! Con alguno de sus ritos intactos desde el Medievo y siempre llenos de originalidad al poseer manifestaciones que lo hacen distinto, especial, único: nuestras “máscaras de camisa o peloteros”, nuestras  “mascaricas de curucurú”, los"Osos",lasComparsas"... Tradiciones carnavalescas  antiquísimas cuyos orígenes aún están por clarificar y que forman parte de nuestras señas de identidad.


1.-EL CARNAVAL, ¿QUIÉN LO INVENTARÍA?

Respuesta complicada si lo que se busca es una fecha exacta. El origen del Carnaval ha sido un tema muy discutido, y que muchos historiadores y estudiosos polemizan entre sí por remontarlo a tiempos inmemoriales en la cuenca Mediterránea, insistiendo en remarcar ciertos antecedentes históricos del carnaval. Los griegos ya celebraban en el año 1100 a. C. lo que algunos investigadores reclaman como precedentes del carnaval, insistiendo en su carácter de festividades “paganas” –precristianas- muy antiguas. El carnaval suele relacionarse con las bacanales: fiestas en honor del dios Baco, las saturnales: en honor del dios Saturno y las lupercales: en honor del dios Pan, celebraciones en la antigua Grecia y en la Roma clásica vinculadas a fiestas, banquetes y a una extrema liberalidad en las relaciones sociales y corporales. Se extendió por toda Europa durante la edad media.
 

Caranaval de Overa. Mascaricas de Curucurú.
El antropólogo e historiador Julio Caro Baroja, se posiciona así: "El Carnaval -nuestro carnaval- quiérase o no, es un hijo -  aunque sea pródigo- del Cristianismo; mejor dicho, sin la idea de la Cuaresma, no existiría en la forma concreta en que ha existido desde las fechas oscuras de la Edad Media europea". Todos sabemos que el carnaval se celebra previamente a la Cuaresma. Así, podemos decir que gira en torno al calendario eclesiástico, aunque no todas las líneas de investigación nos llevan a defender la misma tesis. Pues, hay quien postula, que el cristianismo supo incorporar el pasado operante de los pueblos, con sus manifestaciones y ritos a sus creencias, para así asegurarse un mayor número de adeptos en su tarea evangelizadora.

1.1.-TEORÍAS SOBRE EL ORIGEN Y JUSTIFICACIÓN DEL CARNAVAL

Concretando lo dicho, existen tres formas de entender el carnaval a través de los tiempos:

Carnaval de Overa. Mascaricas de Curucurú. Fotografía Ana Mª. García Díaz.
 
a)    La que ve en su celebración un rito agrario de fertilidad y de renovación, con raíces en los tiempos paganos.
b)    Otra, la que lo considera en plena concordancia con el ritual cristiano, en la que los excesos se explicaban por la época de abstinencia que le seguía. Carnaval se derivaría por tanto, de una yuxtaposición y oposición a la Cuaresma.
c)     Por último, la más actual, que considera esta época como un tiempo de romper con la rutina del mundo moderno, de protesta, de crítica social, de ruptura, de mundo al revés.
 
Es probable que sea imposible adoptar un punto de vista monolítico, pues en el Carnaval confluyen, de una manera u otra, todos esos puntos de vista. Algo que da a la fiesta ese carácter especial por los múltiples significados que reúne en torno a ella. Es más, sugería y sugiere -de ahí su riqueza- cosas diferentes para cada persona.



1.2.- SIGNIFICADO ETIMOLÓGICO Y ANTROPOLÓGICO DEL CARNAVAL

 

Parece que una de las etimologías más razonable de "Carnaval/Carnavales" nos acerca a una palabra que pretende designar los últimos días anteriores a la Cuaresma, es decir, a una época de ayunos y abstinencias. En definitiva venía a designar los últimos día en los que se podían comer platos de carne (carne vale). La palabra es un posible italianismo (Carnevale), pues la forma tradicional de denominar estos días en castellano era "Carnal".
                          
Carnaval de Overa. Mascaricas de Curucurú.
El Carnaval es entendido por contraposición como una etapa de excesos, desatamiento de los sentidos, de preparación para la abstinencia que llega. La misma etimología del concepto de Carnaval hace alusión al hecho de abandono de la carne en el periodo que se avecina. Carnaval y penitencia producen una dualidad entre un periodo festivo y alegre, y otro de renuncias. Es la dualidad entre el orden y el descontrol.

Desde este punto de vista, el Carnaval se puede entender como paréntesis en el orden social y moral. Como un periodo de trasgresión, en el que todos los placeres carnales tienen vía libre. Ésta es la manera como usualmente se ha interpretado el significado antropológico del Carnaval. Pero hay otra manera de interpretarlo: como instrumento de autorregulación y pervivencia. Se trataría, por tanto, de un período en el que el orden establecido aparece momentáneamente invertido, suspendido por unos días para restablecerse luego. Esta válvula de escape a las energías conflictivas sería una de las funciones antropológicas del carnaval.
 

  1.3.-LA VIDA ES UN CARNAVAL: El Carnaval es la vida misma.

 

Para explicar el sentido social de las mascaricas de curucurú seguiré la reflexión de Manuel Gutiérrez Estévez, de donde se puede extraer que esta manifestación carnavalesca es una dramatización que sintetiza la concepción popular sobre algunos temas centrales de la vida social ordinaria, poniendo atención ante todo en la raíz local, la forma particularizada de interpretar y expresar el contexto cultural del momento.
En realidad — dice Bajtin del carnaval -- es la vida misma presentada con los elementos característicos del juego.

Carnaval de Overa. Mascaricas de Curucurú.

De una manera u otra, lo que sí está claro es que casi todas las formas de ritual que poseen un valor estético tienen grandes garantías de resistir los embates del tiempo. Nuestras mascaricas de curucurú además de poseer ese valor estético, son una manifestación genuina de nuestra forma de ser y pensar. Plasman al overense como una persona curiosa, crítica con sus convecinos y, al mismo tiempo, alegre, divertido, socarrón, bromista… Todas estas cualidades afloran en las representaciones de las mascaricas de curucurú.

 

2.-UN CARNAVAL DIFERENTE. LAS MASCARICAS DE CURUCURÚ


Hoy en día en Overa lo conseguimos a nuestra manera, de una forma especialmente hermosa. Se celebra con comparsas formadas por distintos grupos caracterizados que desfilan en el pasacalles el sábado por la noche, baile de disfraces y diversión asegurada, el domingo las máscaras de camisa o peloteros, y… nuestras mascaricas de curucurú que pueden aparecer en cualquier momento representando y dramatizando a distintos personajes y situaciones reales o alegóricas. En la actualidad también participan en el Pasacalles y en el Baile de Disfraces.
 
Carnaval de Overa. Mascaricas de Curucurú. La Duquesa de Alba y los grandes de España.
 
Pero hubo un tiempo en el que se vivía un carnaval diferente al actual. Las mascaricas de curucurú se convierten en la diversión preferida y más aclamada del carnaval de Overa, atrayendo tras ellas a las gentes que se iban sumando a su paso, dejando a un lado cualquier quehacer diario. Me cuentan incluso como anécdota,  que al mínimo aviso de “por ahí viene una mascarica de curucurú ” las mujeres apagaban el fuego de la comida y salían a su encuentro.
 
          Se caracterizaban por la ocupación masiva de las calles que unida al anonimato convertían a esta manifestación carnavalesca en la fiesta popular por excelencia y en un reflejo de las mismas gentes que la impulsan y acogen. Así pues, las mascaricas de curucurú reflejaban y reflejan la imagen alegre y autocomplaciente que las gentes de Overa se ofrecen a sí mismas, y se convierten en un mecanismo de prestigio frente al exterior.

Carnaval de Overa. Mascaricas de Curucurú ocupando las calles bajo el anonimato.

 

 

2.1.-RASGOS TÍPICOS DE LAS MASCARICAS DE CURUCURÚ

 

Las Mascaricas de Curucurú son grupos de personas (en algunos caso pueden ser una sola o un dúo) que disfrazadas y con el rostro cubierto representan parodias ante sus convecinos, muy cercanas por la temática y la expresión.
 
Carnaval de Overa. Mascaricas de Curucurú.

Pertenecen a una esfera particular de la vida cotidiana. Por su carácter concreto y sensible y en razón de un poderoso elemento de juego, se relacionan preferentemente con las formas artísticas, es decir, con las formas del espectáculo teatral, aunque su núcleo no sea éste, sino que está situado en las fronteras entre el arte y la vida. Están basadas en el principio de la risa.


Se construyen en cierto modo como parodia de la vida ordinaria. Con ella expresaban los deseos y anhelos del pueblo y su cultura específica: la cultura popular.

 



Carnaval de Overa. Mascaricas de Curucurú.
Estos personajes vivían un carnaval diferente al actual, pues la naturaleza inherente al mismo también lo era. La idea central no era salir con hermosos disfraces, a cara descubierta, para que todos los reconocieran y alabaran su vestimenta. Todo lo contrario: las máscaras disfrutaban pasando horas con los amigos sin ser reconocidos disfrazados con ropajes de deshecho, pero siempre reelaborados con mucha creatividad y gracia.
 
 
 
2.2.-ELEMENTOS ESENCIALES DE LAS MASCARICAS

          El elemento implícito en las mascaricas de curucurú es el aspecto optimista, creativo y alegre de lo cómico. Tienen una estructura común entre la que figuran las bromas, los elementos de exhibición y espectáculo, las críticas al poder y a las costumbres sociales, músicas, cambios de papeles, representación de fantasías, etc. Por supuesto, el disfraz que ayuda a satisfacer deseos, libertades y el anonimato intrigante de la máscara.
 
Carnaval de Overa. Mascaricas de Curucurú.Años 70.

Los papeles dentro de la representación se distribuían en función de la capacidad de los actores, y había (y hay) grandes profesionales de la representación. Los protagonistas han pasado a la memoria colectiva de Overa, como Isabel Parra (“Isabelica de María del relojero”) una persona entrañable y con espíritu único para estos menesteres, siendo el primer referente ejemplificador constatado en el trabajo de campo realizado para este artículo. Entre otros muchos, también están Fefi Uribe, Antonio García, Diego Valera, Pepe Parra, Baltasar de Andrés (en la Concepción), etc.

Carnaval de Overa. Mascaricas de Curucurú. Años 60.

Así mismo la tradición de las mascaricas se ha pasado de generación en generación, creándose verdaderas sagas familiares que han destacado y destacan por su creatividad e ingenio en el montaje y puesta en escena de su representación. Familias como las hermanas Castelló ( Vicenta, María, Isabel y Rosa) han sido y siguen siendo un ejemplo de integración, participación y maravillosas interpretaciones de las mascaricas de curucurú en el Carnaval de Overa.

Carnaval de Overa. Mascaricas de Curucurú.
 

2.3.-INDUMENTARIA Y MÁSCARA
 
En las mascaricas de curucurú el disfraz tiene una doble vertiente carnavalesca: por un lado, como elemento de adorno y colorido que ritualiza a través del componente visual los fastos carnavalescos, y por otro una vertiente que podríamos llamar de trasgresión y engaño. Además, tiene el poder de crear un marco ficticio en donde el individuo y los espectadores se insertan para crear un rito o una especie de contrato escénico.

La indumentaria era expresión de las costumbres y formas de vida de la época. Iban ataviadas con vestimentas que se encontraban en los propios hogares: era el día de abrir las arcas y sacar ropas antiguas, algunas enviadas por familiares que se encontraban en el extranjero. Con ellas se caracterizaban para su puesta en escena y dejaban volar su creatividad e imaginación.



Carnaval de Overa. Mascaricas de Curucurú. Años 80.
 
La cara se la cubrían con una media o con un pañuelo con orificios para los ojos y boca (en algunos casos se pintaban la cara con azulete).

La voz era otro elemento a enmascarar, y para ello cambiaban el tono con un único fin: evitar ser reconocidas.

En estos tiempos se siguen las mismas pautas en muchos casos, aunque se han ido introduciendo los avances en caretas, maquillajes, adornos,etc.

 

2.4.-FORMAS Y RITUALES DEL ESPECTÁCULO

 
Las mascaricas de curucurú es una tradición arraigada entre las gentes de Overa, que toma como eje vertebrador la participación popular espontánea. Años atrás el domingo y lunes de carnaval durante todo el día salían a las calles de Overa cuadrillas de personas de uno y otro sexo de máscaras con alborotos y ruidos (haciendo chocar tapaderas de las ollas, guitarras, trompetas…).


Carnaval de Overa. Mascaricas de Curucurú.

Las formas rituales y de espectáculo se organizaban de manera cómica. Ofrecían una visión del mundo, de la persona y de las relaciones humanas completamente diferentes.
 

Carnaval de Overa. Mascaricas de curucurú.



Los espectadores no asisten al carnaval sino que lo viven e incluso en algunas ocasiones se convierten de forma espontánea en los propios actores. Así lo he podido constatar durante el trabajo de campo realizado para este artículo, donde me cuentan como mientras un grupo de mascaricas iba por la calle componiendo un circo, donde no podían faltar leones, trapecistas, etc., apareció de forma espontánea el domador del circo que se unió a ellos participando de su espectáculo y que no era más que un espectador que se animó al verlos y subió a su casa a caracterizarse. Así, llenaban las plazas y las calles días enteros. En este contexto, podemos decir que las mascaricas de curucurú ocupaban un componente público y teatral de primer orden.

Carnaval de Overa. Mascaricas de Curucurú.
 

Los temas elegidos para su dramatización podían ser de lo más variopintos. Desde una novia desventurada  por que la había dejado su novio en el altar, hasta unas “madames” de un burdel buscando chicas nuevas; desde una corrida de toros hasta un entierro; desde unos emigrantes que tienen que salir de su país hasta una parturienta que va a dar a luz acompañada por el médico y su familia, pasando por aquellas chicas que con su maleta y hablando inglés simulaban emprender camino para embarcarse a América; las chicas del telediario, el guiñapero vendiendo remolinos, los gitanillos montados en una burra con unas "aguaeras" vendiendo telas, y tantos y tantos otros…. La imaginación suplía a los medios para “meterse en su papel” y crear una obra única.

 

Carnaval de Overa. Mascaricas de Curucurú.

En algunas barriadas como Santa Bárbara y la Concepción era habitual agasajar a las mascaricas con algún convite por lo bien que lo habían hecho y se le sacaba en las casas la botella de anís, la de coñac y alguna galleta casera… que eran recibidas con gran alborozo por las mascaricas que, agradecidas, solían improvisar alguna gracia o párrafo más, siempre sin perder la compostura de su representación.


Carnaval de Overa. Mascaricas de curucurú.
El desparpajo, la alegría, la ironía, la guasa y la risa dirigida a la opinión pública presidían sus actuaciones en forma de parodia. Su intención era declaradamente cómica, buscando la carcajada del oyente-espectador. Podían adoptar  la forma de un “sermón” burlesco declamado por una única persona, o bien se producía una “disputa” protagonizada por dos antagonistas o una escenificación común de toda la cuadrilla de mascaricas, acompañados siempre del grupo de vecinos que se iban sumando conforme hacían su puesta en escena por las calles e iban llamando a las puertas de las casas con la frase insigne que les dio nombre:


Carnaval de Overa.
Mascaricas de Curucurú.




¡¡¡CURUCURÚ….QUE NO ME CONECES TÚ!!!

¡¡¡CURUCURÚ!!!…¿SE ADMITEN MÁSCARAS?


 









3.-REFLEXIÓN FINAL

Si bien es verdad, que aunque en los últimos años esta tradición ha tenido muchos altibajos, está en plena recuperación y no podemos ni debemos dejarla en el olvido. Tenemos que aunar todos los esfuerzos para trabajar en el mismo sentido de recuperación, mejora y conservación, teniendo en cuenta la transformación que ha sufrido la sociedad, y llevando a cabo una acción coordinada con administraciones públicas, colegios, asociaciones, etc., impulsando desde todos los estamentos su conocimiento y difusión a todos los niveles: medios de comunicación, publicaciones culturales, redes sociales, etc.


Como propuestas concretas para la promoción de las mascaricas de curucurú (y del Carnaval de Overa en general) podemos señalar:

-         Realizar talleres en el Colegio de Overa sobre las mascaricas de curucurú. Que además tienen un gran potencial didáctico y educativo.
-         Realizar una Semana Cultural en torno al Carnaval de Overa y el resto de sus muchas tradiciones y costumbres. Podría ser la semana anterior a las Fiestas de Overa.
-         Publicar un compendio de todas las manifestaciones del carnaval de Overa para conocimiento de propios y extraños. El conocimiento hace la estima, y la estima hace el cariño y la conservación.
-         Cursos, conferencias, talleres para adultos propiciados por las asociaciones de la localidad, especialmente la Asociación de Mujeres de Overa que tan buena labor viene realizando.
-         Potenciar desde la familia la tradición de las mascaricas con juegos en la casa de dramatización, disfraces...etc. Como alternativa al consumo excesivo de video-consolas y televisión.
-         Promocionar las mascaricas de curucurú en certámenes, concursos… y cualquier otro acontecimiento donde se trate del carnaval.

                             ¡¡ Defendamos lo nuestro !!

Desde este artículo, se pretende una gran participación de las “mascaricas de curucurú” en el Carnaval de Overa 2013 (como ya ocurrió el año pasado), recuperando la calle como espacio de encuentro y diversión…consiguiendo así, en un presente inmediato, su pervivencia, arraigo social y un futuro esplendoroso.

 

Carnaval de Overa 2012. Entrega del premio otorgado por Overa Viva al grupo de Mascaricas de Curucurú formado por la Duquesa de Alba y los grandes de España.



PINCHA EN EL SIGUIENTE ENLACE PARA VER EL VÍDEO DE LA DUQUESA FEFI Y LOS GRANDES DE ESPAÑA
 

            http://youtu.be/tZGrWmYCV2U

 
 
 
 
 
 

miércoles, 1 de febrero de 2012

El Equilibrista: EL HOMBRE QUE NO QUERÍA SOÑAR por Juan Pardo Valera

     ¿Doctor me podría recetar unas pastillas para  dejar de soñar?
Aquella insólita petición sacó, al  rutinario médico de la seguridad social, de su adormilamiento  mañanero.
          ¿Y se puede saber por qué no quiere usted seguir soñando? Le preguntó no muy seguro de que la petición de aquel hombre de edad mediana, rostro curtido por el sol y ademanes agradables, no fuera una equivocación…


Soñaba con bonitos juguetes que le hacían a sus ojos brillar...

      Pues mire doctor, para mí desde los más lejanos recuerdos, soñar ha sido mi salvavidas particular. De niño, como mi familia era muy pobre, nunca recibía regalos y, a veces, ni cenaba. Pero mis sueños con bonitos juguetes, con trozos de pastel… Hacían que por la mañana un brillo especial acompañara a mis ojos.  Después, en la juventud, el trabajo en el viejo taller de mi padre, remendando zapatos de gentes tan pobres como nosotros, no me permitió estudiar ni disfrutar de las ilusiones de la edad. Pero mis sueños con ser un gran deportista o un famoso cantante o artista, me hicieron sobrellevar aquellos años.       

         Pero fue de adulto cuando los sueños se hicieron más insistentes e irrenunciables... Cuando  llegaron los hijos a mi hogar y no tenía para darles lo más indispensable: educación, vestido, comida… entonces sólo los sueños me salvaron de cometer un disparate. Y tenía hermosos sueños de vivir en un país donde se me respetará por mi trabajo, donde se me apreciara por mi amabilidad, donde las leyes  protegieran a mi familia, donde todos los hombres fuéramos iguales ante la ley, con las mismas oportunidades… Y siempre ese lugar estaba al otro lado del mar, podía ver sus montañas en los claros días de febrero. Un país desde donde me llegaban hermosas noticias de familiares y conocidos. Y si, cruce el mar en patera, sin papeles; ¡A nado lo hubiera hecho!
      
     ¡Qué feliz fui los primeros meses!. Mis conocidos de aquí me hablaban sin parar de las grandes posibilidades de Europa, de este nuevo mundo para mí: democracia, protección social, derechos humanos, poder estudiar, tener papeles, ser libre…
      
     Pero fueron pasando los años y todo aquello cada vez era más lejano, más difícil: Cada vez éramos más ajenos, más extraños, menos queridos. Soy hombre trabajador, respetuoso de la ley, cordial con la gente… Pero me acusan de la delincuencia, de la suciedad, de la falta de trabajo, de la perdida de tranquilidad de pueblos y ciudades…Por la calle me insultan con miradas despectivas, con gestos de desconfianza. Las autoridades me pueden encarcelar dieciocho meses por no tener papeles…

Ahora no quiero soñar, no puedo...



      Si, ahora no quiero soñar, no puedo. Se me hace insufrible despertarme por la mañana y comprobar que todo es mentira, todo fantasías de un pobre emigrante, que, a pesar de sus sueños,  si son fundamentales la raza, el color de la piel, la religión, la procedencia… Esto es aún peor que no tener sueños; han convertido mis sueños en una gran mentira, y ¿qué persona puede aguantar vivir en  la mentira permanente?. Así es doctor que recéteme alguna pastilla que me quite los sueños, así podré seguir luchando por mi familia, por mis hijos; sin perder la razón.

       El doctor se encogió de hombros y escribió en su talonario de recetas el nombre del genérico de un conocido antidepresivo e hizo sonar el timbre: ¡el siguiente!

En memoria de mi abuelo Diego Valera, hombre honrado, trabajador y legal, que entró dos veces sin papeles en Estados Unidos a trabajar para lograr un futuro mejor para su familia. A mis padres y a todos los emigrantes de Overa que llevaron y llevan su tierra en lo más profundo de su corazón.