sábado, 23 de marzo de 2013

"A NUESTRO GUSTO", COCINA PARA HACER AMIGOS.3.GACHAS.Receta de Dolores Ramos Alarcón. Editada por Ana Mª. García Díaz

Doce platos con encanto de Overa
Nuestra tierra siempre ha sido cruce de caminos y pago abundante de todo tipo de productos agrícolas... Por eso su cocina recibe múltiples influencias: murcianas, arábicas, serranas, marineras... y cuenta con unos fantásticos productos que hacen posible el milagro que platos corrientes en otros lugares, aquí tengan el gusto de lo extraordinario...


"Recetas de aquí, de las de antes, y algunas con el toque de ahora. Nuestras...buenas; de Overa"

A todas las mujeres de Overa que han forjado lo que hoy es nuestra historia culinaria. A todas ellas el primer bocado de cada plato que se prepare a partir de este blog.


 

GACHAS DE CALDO PESCADO 
 
1.-NUESTRO SABOR

Las gachas, manjar tradicional que se suele preparar en momentos de reunión familiar. Delicia gastronómica muy popular en Overa, procedente del tesoro de la cocina más mediterranea, por la que muchos se deshacen en elogios y piropos. Es una comida muy actual, suave, delicada, con todos los sabores del mar y la tierra.
 
2.-INGREDIENTES
 
*1 kg de pescado (preferentemente pescado azul)
*2 tomates maduros
*3 pimientos verdes
*1 cebolla
*2 pimientos rojos secos
*7 dientes de ajo
*1 kg de harina de panizo
*4 pimientos asados (verdes y rojos)
*2 litros de agua
*1/2 de cominos
*1/2 cuacharidita de pimienta molida
*Aceite de oliva virgen
*Azafrán
*Perejil
*Sal
 
 
3.-ELABORACIÓN

Primer paso
Se pone una olla con agua y se echan los ingredientes anteriormente mencionados para preparar el guiso en crudo. Lo último que se le añadirá a éste serán los pimientos. Cuando esté listo, se reserva caliente hasta finalizar la masa de las gachas.
 
Segundo paso
Una vez que el caldo de pescado está listo, se echa en la sartén que se van a amasar las gachas el necesario para la preparación de las mismas.
 
Modo de hacer las masa
En la sartén con parte del caldo que hemos preparado con anterioridad, se va echando harina de panizo poco a poco y se van amasando hasta quedar quedar una masa suave sin grumos. Estará lista cuando se despegue de la sartén y se cueza un poco.

 Tercer paso
Listas las gachas, se vierte en esa misma sartén el resto del caldo de pescado que habíamos preparado y quedará listo para degustar.
En algunas casas es costumbre presentar en plato a parte el pescado para ir cogiéndolo durante la comida.
 

4.-PRESENTACIÓN EN MESA

Comida sabrosa y económica como pocas. Digestiva y muy nutritiva. ¡También han quitado sus hambres las gachas...!
Lo más típico para este plato, es comerlo en la sartén. Hay que poner en la mesa la sartén grande de gachas con cucharon para repartir, aunque como toda comida familiar de antaño lo mejor es comerla todos juntos alrededor de la misma como símbolo de fraternidad. Se va cogiendo con la cuchara caldo y masa...Están buenísimas!! Buen Provecho amig@s!!
 
 
Receta de Dolores Ramos Alarcón...Desde aquí nuestro agradecimiento por su amabilidad.

viernes, 22 de marzo de 2013

OVERA...MIL COLORES EN PRIMAVERA

UN PASEO POR ALGUNOS LUGARES DE OVERA EN LA LLEGADA DE LA PRIMAVERA... SUS FLORES, SUS PATIOS, SUS CASAS... OVERA ES ESPECIAL SOBRE TODO EN PRIMAVERA.... ¡¡DISFRUTADLA !!

LA JUVENTUD MIRANDO AL FUTURO CON LA PRIMAVERA DE ALIADA... OVERA



EL BALADRE, FIEL ACOMPAÑANTE DE NUESTRAS RAMBLAS Y RIO. OVERA

                        UNA CASITA BLANCA CON SU SENDA DE FLORES... ES OVERA
 
 
 
 
 
LA PRIMAVERA EXPLOTA SUS FLORES POR DOQUIER. OVERA
 
 
LA PRIMAVERA EN LOS PATIOS DE OVERA 1

FLORES, FLORES, FLORES... ALEGRÍA DE LA VIDA. OVERA
 
 
SON TANTOS LOS MOTIVOS DE REGOCIJO POR ESTA NATURALEZA TAN AMABLE... OVERA
 
HASTA LAS MÁS RASTRERAS ACOMPAÑAN A SOL...

NUESTRO VERDE PAISAJE ES EL BIEN MÁS HERMOSO... ¡¡CONSERVÉMOSLO!!
 
OVERA SIEMPRE HA SIDO VERDE FLORIDO... NO PERDAMOS NUESTRAS RAÍCES...
 
 
ES EL MOMENTO DE TERMINAR DE COGER LA NARANJA... LAS NUEVA FLOR YA ESTA AQUÍ. OVERA
 
 
DESPIERTA LA NATURALEZA TRAS UN DURO INVIERNO... ES PRIMAVERA EN OVERA
 
 
LOS ALMENDROS EN FLOR NOS ALEGRAN CON SU EXPLOSIÓN DE VIDA. OVERA
 
 
OLIVOS CENTENARIO QUE RENUEVAN SU SANGRE EN LA PRIMAVERA DE OVERA.


QUIEN NO SE EMOCIONA ANTE UNA AMAPOLA, TIENE FALTA DE POESÍA. OVERA
 
 
EL CAMPO FLORIDO Y VERDE... UN DELEITE PARA LOS GANADOS. OVERA GANADERA
 
 
LA AMAPOLA NUNCA ESTÁ SOLA EN LOS CAMPOS DE OVERA.
 
 
LOS CAMINOS Y VEREDAS ESTÁN VIGILADOS POR FLORES DE TODOS LOS COLORES
 
EN LA MEZCLA Y LA VARIEDAD ESTÁ EL GUSTO. OVERA

 
 
LAS FLORES EN OVERA NOS ENVUELVEN POR TODOS LADOS... OVERA EN PRIMAVERA ES UNA FLOR




NO DEJEMOS PERDER ESTE JARDÍN DEL EDÉN QUE ES OVERA, CUIDEMOS SU LEGADO VEGETAL PARA QUE LAS FUTURAS GENERACIONES PUEDAN DISFRUTAR LO QUE NOSOTROS DISFRUTAMOS.... CON PASIÓN.

Fotos de: Ana Mª García, Dolores Zurano, Juan D. Pardo...y amigos de Overa Viva...
Textos de: Juan D. Pardo.

sábado, 16 de marzo de 2013

OVERA DEL SOL NACIENTE... Por Salvador Navarro Fernández



Aunque espesos nubarrones amenazan al Pago de Overa... tenemos que luchar por un futuro verde...

                             OVERA DEL SOL NACIENTE

                A la salida del sol,

           un mar verde de naranjos

           con perfume de azahar

           y brillantes rubios astros,

           recibía al jardinero

          de Overa, su agricultor,

          encaminándose al Pago.

                   
                 Antes de que desapareciera el Pago de Overa, la más rica huerta del Valle del Almanzora,  a causa de la expropiación de tierras hecha por la construcción del pantano de Cuevas, por la extracción masiva del agua de la “cubeta” para poner en regadío las plantaciones de la Ballabona y por la implantación lenta pero constante de un nuevo sistema de vida que alternaba el plan de empleo rural con el trabajo de temporada en la hostelería catalana,  junto con la desaparición de las generaciones de mayor edad y la incorporación de muchos jóvenes a estudios medios y superiores, la explotación de la tierra era la actividad casi exclusiva de mis paisanos.

                El frutal indiscutiblemente hegemónico en las riberas del río era el naranjo, hoy lamentablemente trasladado a los cerros y llanuras circundantes.

                Era tal el arraigo de este cultivo, que los árboles con frecuencia alcanzaban  alturas  de tres o cuatro metros y abarcaban  un diámetro de sombra  en su ramaje al mediodía de verano de otros cuatro o cinco, prueba evidente del cuidado recibido de sus dueños.  La  edad de las plantaciones en muchos casos superaba el medio siglo, y seguían produciendo abundante cosecha, beneficio y disfrute paisajístico aquellos aromáticos huertos.





Muchas variedades de naranja se han utilizado en Overa
            Predominó,  en ellos la variedad de naranja imperial, fina de piel, dulce y sabrosa como ninguna, durante muchos años, aunque también había naranjas  “castellanas”,  “grano de oro” ,  “cañaduz”  y  “sanguinas”;  esta última, muy escasa.

                Posteriormente se introdujeron variedades modernas: “Washington”, “Thomson”, “Nabel”, etc, en los últimos años de la dilatada vida del Pago.

                Estos formidables ejemplares de naranjo eran tratados con mimo en todas las labores  de su cultivo: la artística poda, el riego oportuno a manta, el injertado cuidadoso, las labores de cava honda a base de legón o azada catalana, luego motocultor; la recolección bulliciosa y las operaciones sofisticadas de desinfección de parásitos.





Sistemas de riegos heredados de los árabes...en pleno uso.
                En cuanto a esta última operación, era digno de ver cómo de uno en uno los árboles se vestían con una enorme lona que servía de envoltorio a modo de tienda de campaña circular o cápsula, mientras se fumigaba su interior con un producto plaguicida-insecticida fortísimo del tipo dicloro dimetil tricloro etano (DDT como ponía en los bidones), que acababa absolutamente con todo bicho viviente que habitara o accidentalmente se encontrara en el árbol en el momento de la fumigación. Eran los técnicos especialistas los valencianos Gerardo y Darby, su hermano, huéspedes durante unos meses al año de la Venta, regentada por Gregoria y José Antonio cuya hija menor era la belleza del lugar y pretendida de huéspedes, como el primero mencionado, hábil conductor de la única vespa que en la época circulaba, conducida por su dueño con una sola mano y el otro brazo escayolado en cabestrillo.

Venta que fue punto obligado de parada del “Correo”, vehículo del servicio de viajeros y correspondencia prestado primeramente por una especie de hispánica diligencia, el “altomóvil”  de gasógeno; luego, por primitivos autocares de aceite pesado (gas - oil) o gasolina; y finalmente, por modernos vehículos de línea de viajeros: los Setra Seida, de estilo y factura alemana, confortables sin llegar al aire acondicionado ni el video, pero sí con radio y elegantes cortinas correderas termoaislantes que proporcionaban, además, intimidad al envidiado pasajero.

 

           El mismo establecimiento hostelero que vio pasar a infinidad de personajes, curiosos unos, admirables o inquietantes, otros, y que fue lugar de contratación mercantil, básicamente de partidas de naranja, adquiridas y calculadas  “a voleo”, o por kilos. Pero también lugar de intercambio cultural entre  los visitantes y la población local, escenario de saltimbanquis,  titiriteros y otros artistas ambulantes; centro de información y difusión de noticias, y mentidero.

           Famosa Venta también por sus pipirranas, así como por alguna  broma del ventero que literalmente dio alguna vez gato por liebre en un sabrosísimo arroz.

           En ella tenía lugar la recogida de la correspondencia y su distribución a los críos que, habiendo esperado impacientes a la sombra del “árbol de la pimienta”  -falso pimentero-  divisaban el vehículo postal a la altura del esbelto puente Sopalmo o de la Venta  “El Chavo”, y corrían a ponerse cerca de Julio, el cartero, por si había carta para la familia o para los vecinos, en aquella especie de estafeta de Correos, evitándole así al funcionario el desplazamiento a los domicilios particulares, y convirtiéndose ellos, los infantes, en interinos empleados del servicio oficial. Salvo en los casos de  comunicación de giro postal, custodiada entonces, por el titular, el cartero.

A partir de inicios de los años 50, los bancales de narajos inundaron el pago de Overa... era el porvenir.


                Aquellos  naranjos de los que hablábamos, eran los mismos que en el mes de marzo se vestían de un manto blanco de flores entre hojas verdes y soles amarillos que ofrecían un paisaje y un aroma inigualables. Bajo su sombra se disfrutaba la paz y el bienestar próximo al éxtasis que debieron sentir nuestros primeros padres Adán y Eva en el Paraíso.

                La flor del naranjo, de aroma sin par,  era recogida en humildes pero limpísimos paños lavados en el Cañico o en alguna otra de las muchas fuentes que manaban en el río, y una vez seca, guardada en tarros de cristal, en tela limpia o papel, con la que se preparaba la mejor infusión tranquilizante que imaginarse pueda, indicadísima para reponerse del efecto anímico de noticias luctuosas, o sustos de cualquier tipo.

Las naranjas cortadas se transportaban en cajas de madera o a norre.


               La recolección de la cosecha o “corte de la naranja” se hacía en pleno invierno si no se había presentado la visita de alguna terrible helada que diera al traste con las expectativas del propietario del huerto, del arriesgado comprador de la cosecha y de los ocasionales jornaleros locales, dependientes en gran medida del éxito de la temporada. Si el clima era más o menos favorable, entonces la cuadrilla de hombres y mujeres, con sus capazos de pleita, alicates de corte, algún perigallo y cajas de madera, daba cuenta de la producción frutal cítrica durante los días, semanas o meses que durara la campaña, iniciando la jornada en las mañanas casi siempre con rocío,  si no escarcha, tras un rato de espera a que el sol disipara algo el efecto del frío sobre la humedad reinante en los agrillos del huerto.

             Esos mismos naranjos, en invernales noches de poniente eran lugar de atracción de cazadores provistos de un carburo o linterna, que sorprendían  a los pobres gorriones, verderones, chamaríes o zorzales durmiendo en las ramas exteriores entre las hojas, y que, sin tiempo para reaccionar al efecto deslumbrante del farol, caían atrapados en manos de su captor. Muertos y llevados en un saco, al día siguiente eran desplumados en algún rincón al sol, al resguardo del viento frío que soplaba desde la nevada cumbre de la Tetica de Bacares; luego,  fritos en aceite de la zona eran un bocado prohibido exquisito. La Guardia Civil del “Control”, establecido en el cruce de la Venta del Empalme vigilaba celosamente la captura y el tráfico de estas piezas cobradas con nocturnidad y deslumbramiento.


Décadas después la venta ambulante de narajas fue la forma de vida...

             Pero las naranjas de Overa tuvieron diferentes usos y destinos. Pues siendo el principal el consumo y comercialización de la jugosa, saludable  y bella fruta madura, los escolares las empleábamos también como pelota de fútbol en los recreos, cuando todavía estaban verdes.  No era fácil dominar aquel  balón, y más de uno arrancó alguna piedra del terreno de juego, en algún saque de esquina, de un puntapié.  Pero no importaba  si el resultado final era favorable. Es decir, si habíamos ganado por doce a cero. Tampoco eran despreciables las naranjas, como proyectiles,  en nuestras guerras primitivas infantiles.  A  fin de cuentas,  dejaban menos huella en el cuerpo del enemigo que las piedras.

Los naranjos cuidados con mimo han sido el modo de vida de Overa durante muchas décadas...


              Hubo también una época en la historia del Pago de Overa en la que se compraba y se vendía la “naranjilla”, fruto poco desarrollado que se desprende de forma natural del naranjo cuando éste considera que le sobra; y que,  recogida del suelo,  era envasada  y tratada fuera de la localidad para la producción de algún cosmético o remedio medicinal. Era admirable  ver la multitud de jóvenes recolectores bajo los naranjos en los meses de mayo y junio. Esta actividad era consentida por los dueños de las fincas, al contrario de lo que, tiempo atrás,  había pasado en relación con la hierba que se criaba en los bancales plantados de naranjos.  En ese caso se había perseguido a quien se atrevía a entrar sin permiso en propiedad ajena a coger hierba para alimentar a los cuatro animales domésticos que tuviera (un par de ovejas, conejos, el cerdo, …). El guarda jurado, provisto de un retaco o carabina y una chapa metálica dorada que le acreditaba como autoridad del Pago, vigilaba y se incautaba de la carga de hierba y tal vez de las naranjas que ocultaban las matas en el fondo del capazo. Estos  aguerridos vigilantes eran casi tan temidos por los furtivos como la  “pareja” de la Guardia Civil, famosa por su ejemplaridad y severidad  de la represión del delito,  en cuyas manos se ponía, a veces, al infractor.

                                                                                         Salvador Navarro Fernández.





Nuestro Castillo volverá a estar rodeado de naranjos y frondosa vegetación del Pago de Overa

viernes, 1 de marzo de 2013

OVERA: DE CINE Y DE CIRCO. Por Salvador Navarro



Cual hielo en Macondo... El circo y el cine fueron los acontecimientos mágicos de la Overa de mi niñez
                                             

OVERA: DE CINE Y DE CIRCO

           Hasta la llegada de la televisión a nuestra tierra en los años sesenta, los espectáculos públicos se centraban  en las fiestas patronales amenizadas por música en directo como la de la Orquesta Alas, cerveza sabrosísima refrigerada en un tonel entre  bloques de hielo traído de Garrucha en paja y  saco de arpillera, puestos de dulces, limón granizado y fiesta de pólvora; la Pascua aromatizada de olores de horno de leña,   “mantecaos”, rosquillos o “sobaos”, música de laúd y pandereta;  y los carnavales de cencerro y camisa empapada de vino tinto; amén de las ceremonias religiosas litúrgicas, de misa  o procesión.
Eran acontecimientos extraordinarios que movilizaban a todos.

        Sólo de manera esporádica pero recibidos como acontecimientos de orden superior, se produjeron otros que conmocionaban la vida rutinaria de la localidad, por lo especiales, ocasionales y raros que resultaban: Fueron  el cine y, con menor frecuencia, el circo.

        Los pases de cine no tenían periodicidad regular, pues dependían de  diversas circunstancias de distribución, disponibilidad de personal técnico, y otras.

        Una de las más célebres películas que se proyectaron en la terraza de verano de  “El Niño Antonio”  fue el musical romántico de Stanley Donen, ganadora de un óscar, Siete Novias para siete hermanos, de 1954, con Howard  Keel y Jane Powell, disfrutada y celebrada por el público de Overa muy pronto,  ya en 1955 ó 1956, en una enorme pantalla de algodón blanco colgada en lo alto de la pared, frente a un patio de “butacas” domésticas, es decir, sillas de anea o de madera, de desconocida procedencia, pero muy confortables, a juzgar por lo poco que la gente reparaba en ellas, ante la magia de las imágenes proyectadas;  y que en este caso no perdía detalle de las aventuras amorosas de la poblada y dinámica cabaña del bosque, extraño hogar de los siete hermanos, raptores de aquellas sabinas del  cercano pueblo. Todavía resuenan en mis oídos los ecos del tema central musical de la película, aquél  Uhm, uhm…¡uhm!, de Adolph  Deutsch,  acompasado al golpe de hacha de los hermanos leñadores cortando troncos con una agilidad y elegancia de bailarín, como era propio de un musical, de la Metro Goldwin Mayer.


       El proyector lanzaba su oscilante haz de luces y sombras, definiendo con más o menos nitidez las imágenes móviles de aquella copia, algo deteriorada de tanto desenrollar y enrollar el celuloide en las cajas redondas de lata para los rollos. La gente no pardeaba. Y perderse un sólo fotograma  suponía  un error imperdonable. ¿Has visto cuando el jovencillo…? Y si no lo habías visto porque el de delante se levantaba demasiado, ¡te habías perdido lo mejor!

       El precio de la entrada no lo recuerdo, pero, aunque no debía de ser muy elevado sino a tono con la escasa riqueza del lugar, el robusto almendro que crecía frente a la puerta de entrada del almacén de tratamiento y selección de naranja del que estamos hablando convertido en improvisada y pintoresca terraza de cine de verano,  en aquella ocasión, como en otras, se encontraba poblado de más de un felino trepador  como solían ser los mozos de la época, acostumbrados a subir a los naranjos, las higueras y cualquiera de los frutales de la huerta de Overa.   Desde aquella atalaya, el que conseguía encaramarse más rápida y prontamente, podía, no sin cierta dificultad y relativa comodidad, seguir la proyección y enterarse del argumento, en mayor o menor medida, gracias al espacio libre que dejaba en su parte superior la puerta de entrada,  al cerrarse.  En cualquier caso, podía presumir de haber gozado de una posición de espectador privilegiado. Pero si no habías conseguido localidad en el almendro, todavía podías intentarlo mirando por las rendijas de la puerta o por el ojo de la cerradura.

Uno de los primeros lugares de proyección: Los almacenes de Dª María


      Los comentarios al término de la proyección eran nulos o escasos, pues la gente, como no había ambigú ni cosa parecida se dedicaba más bien, mientras emprendía el camino de vuelta a su casa, a hablar de otros asuntos  o a reflexionar sobre aquel acontecimiento visual que se les ofrecía tan cerca de su hogar, impensable en muchas otras aldeas de una entidad parecida a la de Overa, y que todavía estaba organizando en su cabeza.

      Pusieron en esta “terraza” otras películas, pero no creo que llegaran a ser de la importancia de Siete novias para siete hermanos. Era en blanco y negro y tenía la magia que a la época le dio el blanco y negro. No hace mucho la he vuelto a ver, ya coloreada. Pero no es igual. Esta no la reconozco como la que yo disfruté. No tiene el duende de aquélla.

      Se instaló, al menos en una ocasión, en esta misma “sala” o almacén, un circo;  es difícil de entender cómo lo consiguieron, por el espacio que para tal espectáculo se exige, y tan exiguo, insuficiente a todas luces en este local. Pero se instaló.


Los payasos eran uno de los números centrales del espectáculo

 

       El programa incluía  funambulistas y trapecistas. En el número del artista sentado en una silla que se apoyaba sólo en dos puntos sobre un alambre tenso, el público exhaló un ¡Ay!’Hijo mío! a coro en el momento en que el joven protagonista simulaba caerse desde aquella altura, aunque finalmente quedaba sujeto por las puntas de los pies, al alambre. Una vez descubierto el truco, algunos se mostraban entre burlados y ofendidos. Lo cual no quiere decir que desearan que el muchacho se estrellara.

      En el número de magia, el tío Ginés no salía de su asombro  -ni el resto de espectadores-, cuando comprobó que del bolsillo de su inseparable chaqueta salía un enorme huevo de madera, así como otro, más pequeño,  que llevaba detrás de la oreja. El mago se los mostraba a la vez que le preguntaba  cómo había conseguido semejantes objetos aquella noche.

       No menos incredulidad produjo ver al faquir aquél que, cogiendo una bombilla eléctrica, la rompió y, echándose los trozos de cristal a la boca, los masticó tranquilamente y se los tragó. Las caras de la gente gesticulaban imaginándose el paso de aquellos fragmentos cortantes por la garganta del artista o por la suya propia.

      Al final del espectáculo se vendían infinidad de tiras de papel verde con números impresos en negro, y la gente, con más o menos seguridad de fortuna, las compraba ansiosa de que les tocara en la rifa la botella de coñac, trofeo que podría luego exhibir y consumir posteriormente con los amigos o, si no era tan desprendido, en familia.

      No fue el único circo que se instaló y dio espectáculo en aquellos años de escasez, en mi aldea.

      Estuvo en más de una ocasión también la troupe del  Melquíades de Cien años de soledad, en Macondo; digo…en Overa.

Cualquier número era acogido con un extraordinario regocijo y con la exclamación más entusiasta...


      Hacían el pasacalles, anunciándose a la manera tradicional, el músico autodidacta de la reluciente y escandalosa trompeta, el domador de la cabra Catalina, el del tambor tronante, y alternativamente, un mono diminuto  vivaracho o  un babuino o macaco leonino que causaba pavor entre los críos de menor edad.

      Era el anticipo de lo que podría contemplarse en la función que tendría lugar aquella tarde-noche en alguna era donde se instalaba la precaria carpa, pues como la compañía no disponía de equipo de iluminación, era necesario hacer uso de la luz natural.

     El programa de actuaciones, ya en sesión, incluía la participación de una pobre muchacha escuálida, contorsionista hasta lo imposible, algún aprendiz de payaso sin suficiente gracia;  un violinista como instrumentista exótico por el modo de sujetar el instrumento y por el sonido del mismo, desconocido en la localidad, así como unos saltos de los monos papiones o babuinos, sobre artistas de la “empresa” intercalados de algún joven voluntario que se prestara a servir de apoyo a los cuadrumanos.

    El número de la cabra escalando una estructura de madera  cada vez más estrecha y empinada, hasta colocar las cuatro pezuñas en un espacio no mayor que un tacón de zapato, al son de la trompeta ruidosa, era la actuación estelar, apoteósica, previa al paso entre el público de un recipiente, canastillo de caña, solicitando una aportación económica voluntaria, añadida al coste de la entrada al espectáculo, que ya se había abonado. Era escasa la cantidad de monedas que conseguía la contorsionista, encargada de hacer la colecta. Pero el espectáculo había merecido la pena, después de todo.

Cada uno tenía su número preferido. pero todos eran aplaudidos a rabiar..


      En el almacén de Doña María se proyectaban las películas en invierno. El local era espacioso e impresionante, sobre todo si te tocaba entrar ya iniciado el No-Do, noticiario de noticias oficiales: En solemne oscuridad te recibían las trompetas, pífanos y atabales, mientras un majestuoso palomo aterrizaba en medio de una luminosa plaza cerca de cuya fuente se movían insinuantes y garbosas  palomas,  antes de ver aquella magistral manoletina dada con un capote torero, y de que el caudillo y su séquito llegara  a inaugurar un pantano en algún río de España: “Su Excelencia el Jefe del Estado, acompañado de… inauguró…”. Y todo el mundo escuchaba con silencio reverencial.

        Puebla de Mujeres (comedia de los Álvarez Quintero) y  Juan Palomo (aventuras de un bandolero de la época de la invasión napoleónica), son dos de las películas más aplaudidas por el público de Overa. También alguna otra, de tema social con moraleja, donde el delincuente acababa con sus huesos entre rejas, tras intentar infructuosamente escapar a la persecución de la Guardia Civil. El tal Alberto, el protagonista, llamado insistentemente por su madre para que se entregara cuando se había encaramado a una reja,   era motivo de crítica de una espectadora asistente: ¡Vaya ración de Alberto…! Y en eso consistió su crítica a la película.

       Al terminar la proyección el público abandonaba la sala, con pocas ganas de hacerlo, tratando de reconocer a los asistentes que salían de las tinieblas cinematográficas.

       Los rigores del invierno de esta tierra por la noche, especialmente a la salida de aquel  local cerrado y más o menos caldeado por la permanencia durante dos horas de buen número de personas, sólo podían  combatirlos  los críos resguardándose bajo el chal de su madre; nada más cálido. Así podían llegar mitad dormidos mitad despiertos, a su casa, y de allí, a la cama hasta el día siguiente, soñando con los bandoleros.

                                             

                                                     Salvador Navarro Fernández